¿Le sacarías una foto a tu abuelo en su lecho de muerte? Seguramente no, pero hasta hace unas décadas no era una práctica tan extraña en los pueblos de España. Virginia de la Cruz ha documentado esta tradición en el libro ‘El retrato y la muerte’ (Temporae), la primera publicación sobre la fotografía ‘post mortem’ en nuestro país.

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Fotografía de Luis Chao de la difunta Josefa Ogea Sisto. Fondo AMECHIR del Museo Etnolóxico de Ourense. / Temporae.

 

¿Le sacarías una foto a tu abuelo en su lecho de muerte? Seguramente no, pero hasta hace unas décadas no era una práctica tan extraña en los pueblos de España. Virginia de la Cruz ha documentado esta tradición en el libro ‘El retrato y la muerte’ (Temporae), la primera publicación sobre la fotografía ‘post mortem’ en nuestro país.

La vida encierra una paradoja perfecta. Es precisamente la muerte la que dota nuestras vidas de pasión y urgencia, pero esta pasión por vivir es la que nos hace concebir la muerte como algo triste. La mortalidad nos parece inevitable para los otros, pero a menudo se nos antoja incomprensible para nosotros mismos o para nuestros seres queridos. No en todas las culturas, por supuesto. Pero al menos en Occidente, el tema de la muerte tiende a esconderse. Si no se habla de ello, no existe.

La tragedia parece pillarnos por sorpresa cuando, en realidad, nos acompaña durante toda nuestra existencia. Sin embargo, no siempre fue así. Hasta los años 80 era costumbre fotografiar a los muertos en las zonas más rurales de España y, además, de la manera más ‘viva’ posible. Cadáveres de niños vestidos con sus mejores galas y sentados junto a sus hermanos; bebés que parecen dormidos en brazos de sus padres; ancianos rodeados de flores en una cómoda cama… Son ejemplos de fotografía ‘post mortem’, una forma de recordar que morirás (‘Memento mori’y de recordar al que murió.

JoaquinPintos

Foto de un velatorio de Joaquín Pintos, en 1905. Extraída del Archivo Gráfico del Museo de Pontevedra.


Virginia de la Cruz
, profesora de Arte Contemporáneo y Fotografía en la Universidad Francisco de Vitoria, publicó recientemente ‘El retrato y la muerte’ (Temporae), un libro que documenta por primera vez en España esta tradición a través de 185 instantáneas y de la historia que las envuelve. En el catálogo, De la Cruz insiste en la necesidad de hablar de la muerte y de cómo el hombre se relaciona con ella: un vínculo que va desde la fascinación hasta la repulsión y el ocultamiento. La profesora cita el texto ‘La pornografía de la muerte’, del antropólogo y sociólogo Geoffrey Gorer, quien asegura que la sociedad occidental ha desplazado la muerte desde el centro de la vida hacia sus límites, a las cloacas, convirtiéndola en un tabú.

Si esto es así, cuesta comprender por qué en determinadas zonas de España esta práctica se ha prolongado hasta la década de los 80. «Si entendemos la fotografía como una forma de construir la identidad a través de ella, entendemos no solo el origen, sino el sentido de estas imágenes. Recordar quiénes fueron estas personas e, incluso, poder enseñarle a futuros hijos o nietos quiénes eran sus abuelos o que tuvieron hermanos que fallecieron nada más nacer», explica.

Virxilio Vieitez

La autora descubrió la fotografía ‘post mortem’ mientras hacía su tesis doctoral sobre la obra del fotógrafo gallego Virxilio Vieitez (1930-2008), así que tras tres años de investigación decidió cambiar el enfoque y centrarse en los retratos de muertos. «A los que se dedicaban a esto no les gustaba mucho hablar sobre el tema, no les agradaba. Eran trabajos por encargo que hacían porque se cobraban algo más caros», apunta. «En el caso de Virxilio Vieitez —con quien tuvo oportunidad de hablar—, me contó que él se negaba a manipular el cuerpo. En la época en la que él fotografiaba, en los años 50 y 60, era menos común, pero entre los años 20 y 40 sí se pedía muchas veces que, por cuestiones técnicas, el fotógrafo moviese el cadáver para colocarlo de otra manera», relata De la Cruz.

Cuando se observan estas imágenes llama la atención la cuidada presentación de los cadáveres: buena iluminación, cuerpos engalanados y, en ocasiones, posturas propias de alguien vivo. «Esta preparación de la imagen responde a un deseo de mostrar al di­funto de una determinada manera», comenta De la Cruz. Si en vida se acudía al estudio para inmortalizarse con un entorno, un decorado —un simulacro—, por qué no con la muerte.

Etapa del rito funerario

Los primeros retratos ‘post mortem’ datan de finales del siglo XIX,pero no es hasta el siglo XX cuando esta práctica se ‘democratiza’ y deja de ser exclusiva de familias pudientes. Cada vez eran más las que querían conservar un recuerdo de sus seres queridos, incluso de aquellos que, por su corta edad, ni siquiera habían sido fotografiados en vida. «Hay que enmarcar todo esto en un contexto social en el que había muchas muertes infantiles», apunta.

Pero, ¿qué ocurre a finales del siglo XX para que vayan desapareciendo estos testimonios gráficos? La migración a las grandes ciudades, el menor protagonismo de la religión, el aumento de la esperanza de vida y la disminución de la mortalidad infantil, la aparición de una ‘industria funeraria’ que se encarga de todo el proceso…

Además, la práctica comienza a diluirse poco a poco en cuanto las familias comienzan a adquirir sus propias cámaras. Ya no es un trabajo ajeno, sino un acto íntimo. «Me ha llegado alguna historia de que en los años 90 se hacían este tipo de fotografías, pero como un favor que se le pedía a un amigo fotógrafo», señala De la Cruz. «Ahora, en algunos hospitales se está volviendo a esta curiosa práctica. Un servicio ‘extra’ que se da como terapia, para ayudar a superar una muerte de un bebé recién fallecido o de una persona muy cercana», revela.

Virginia de la Cruz es tajante respecto al ‘morbo’ que para algunos podría despertar su trabajo: «Hay que entender a estas familias. Estas fotografías eran una necesidad para ellas, una etapa más del rito funerario. Era útil para afrontar esa muerte, ¿por qué rechazarlo? Se hacía con cariño».

 

Fuente: Gonzoo.com